... francés, que en el año 1917 decidió instalarse definitivamente en Marrakech, subyugado por la luz, los contrastes de color, la vida que bulle en sus zocos y la hospitalidad de sus habitantes. Durante sus largos años de estancia en la ciudad llegó a convertirse en uno de sus personajes más destacados, mientras que en París lo llamaban “el pintor de Marrakech”.

Después de su muerte en 1962, y casi dos décadas de deterioro, el modisto Yves Saint-Laurent compró la villa y los jardines en 1980, salvándolos así de la especulación inmobiliaria que, sin freno alguno, está destruyendo tantos lugares maravillosos de Marruecos. En su restauración Saint-Laurent dejó la impronta de su exquisito gusto, que ahora podemos constatar en el esplendor mágico de este rincón de naturaleza creado y ordenad por el hombre.

Apenas comenzada la visita, que vivamente recomiendo a cualquiera que vaya a Marrakech, el visitante observará que, a pesar de los impresionantes toques rojos, verdes y amarillos, el color que predomina en los Jardines Majorelle es un azul muy vivo, que hoy es conocido como “azul majorelle”. Como puede verse en las fotos que he elegido, es indiscutible la preponderancia del color azul, que, junto al ocre del barro primigenio y el verde de las palmeras, es un color marroquí característico. Por eso he titulado mi comentario "Rapsodia en Blue", como la célebre obra musical de Gershwin.

Como aparece en diversos tratados medievales y renacentistas, en el lenguaje místico, el azul representa el ansia de unidad de los contrarios o la suma de iguales, al modo platónico. También simboliza la unión del cielo y de la tierra, de arriba y de abajo, del ascenso y del descenso, la formulación literaria del ensueño o la iluminación que puede alcanzarse en medio de la oscuridad de la noche. En suma, que el azul representa la Perfección, es decir, la Unidad Divina.

En un terreno más prosaico, alguien me dijo que emplear el azul en fachadas, puertas y ventanas servía para ahuyentar a los mosquitos. Eso no lo he comprobado personalmente, pero lo que sí sé es que a las moscas bereberes no las espanta ni el mismísimo Alá.

Como el Jardin Majorelle está en una zona de amplias avenidas algo alejada del centro de Marrakech, que es la Plaza de la Jemaá, recomiendo al visitante que se traslade en un “petit” taxi, que, por un euro o dos, le dejará en la misma entrada del Jardín. También es conveniente que realice la visita a primeras horas de la mañana, para evitar la gran afluencia de turistas que encontrará más tarde y que en semejante lugar resulta especialmente indeseable.

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