LA INDIA, ALEGRÍA Y COLOR por Ana Vara Vargas, fotos de David Santiago
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La India es el país del color y los aromas. El pueblo hindú ha creado la belleza por todas partes: en su vestimenta, en sus joyas, en sus casas y en los monumentos. Su gran sentido de la estética, su forma de vida, su alegría y esa pasión por celebrarlo todo, hacen de este exuberante lugar el mayor teatro del mundo al aire libre.
La India es un país de contrastes. Existen zonas desérticas, montañas, ríos, lagos y verdes campos. Hay fortalezas de apariencia austera que encierran bellos y delicados palacios. La clase social alta, con sus vidas lujosas, se mezcla con la gente rural, que trabaja de sol a sol por dos comidas diarias. Es una tierra de paradojas, donde siempre cabe esperar lo inesperado. Se ama o se detesta, pero hay algo claro: la India nunca provoca indiferencia. La excitación y la confusión, están garantizadas.
Para conocer una pequeña parte de este subcontinente de más de mil millones de habitantes, una veintena de lenguas oficiales y 14.000 dialectos proponemos una primera ruta que discurre por el estado de Uttar Pradesh, de Delhi a Varanasi. En la capital de esta vasta península –Delhi-, solo nos entretenemos para contratar, en una de las muchas oficinas de turismo que existen, los servicios de un conductor y los hoteles. Se puede viajar en tren, pero hay que tener en cuenta, cuando no se dispone de todo el tiempo deseado, que los horarios son limitados y llegar a poblaciones pequeñas precisa de largos recorridos en incómodos autobuses.
Alcanzar nuestro primer destino, Agra, a solo 200 kilómetros, nos avanza lo que va a ser el resto del viaje: horas de coche, calor, pitidos continuos, caos circulatorio y glorietas en las que coches, rickshaws – carros tirados por bicicletas que hacen de taxis-, vacas, motocicletas con al menos 4 miembros de la familia, camellos y niños y mayores se agolpan para pasar. Rápidamente tomamos conciencia de donde estamos. En Agra - capital de los mogoles - se encuentra ‘la tumba más bonita del mundo’, el Taj-Mahal, símbolo del amor eterno. El quinto emperador mogol, Shah Vahan, mandó edificar en el siglo XVII, este mausoleo de mármol para que descansara el cuerpo de su amada Mumtaz, que murió durante el parto de su 14º hijo. Asombra la maestría con que se trabajaron sus detalles decorativos, las piedras semipreciosas utilizadas y la gran variedad de mármoles de distinto color que lo forman. No solo nos asombra a los occidentales; cientos de hindúes, vestidos con sus mejores galas, se obsesionan por tomarse una foto delante de este monumento incluido en la lista de las maravillas del mundo. El Fuerte Rojo, también en Agra, es otro ejemplo de arte mogol que no nos debemos perder.
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