Grandes Viajes Manbos
INDIA pág. 3/6  
LA INDIA, ALEGRÍA Y COLOR
por Ana Vara Vargas, fotos de David Santiago

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Por fin llegamos a Varanasi –o Benarés-, la ciudad de Shiva, uno de los lugares más venerados de India, a orillas del sagrado Ganges. Peregrinos hindúes de todos los rincones acuden a bañarse en sus aguas. Casi todas sus calles parecen dirigirse al río. Lo mejor es alquilar una barca, en uno de sus ghats -las gigantescas escalinatas que bajan al agua-, y recorrer parte de los cinco kilómetros por los que se extiende la ciudad. Es un espectáculo de grandes contrastes: enormes estructuras de mampostería, pináculos de templos bañados en oro, minaretes que tocan las nubes, palacios de fábula, mansiones desmoronándose, casas nuevas, anuncios que engatusan a comprar un afrodisíaco, y sobre todo el ritual de los peregrinos, quienes se purifican en sus aguas para disipar todos sus pecados. Al caer la tarde se celebran las ceremonias de los difuntos, en las que los pandas –sacerdotes- emplean una gran variedad de utensilios rituales y es que quién muere aquí accede al moksha –la liberación del ciclo eterno de las reencarnaciones-.

Tomamos un tren para volver a Delhi. La comodidad de los coches cama y el cansancio acumulado ayudan a hacerse menos pesadas las 16 horas que dura el viaje. Allí un nuevo conductor nos espera para realizar la segunda parte del recorrido: el estado del Rajastán, tierra de los antiguos señores rajputs, una estirpe de clanes guerreros que decían descender del sol, la luna y el fuego. El desierto del Thar ocupa gran parte de su extensión, en la que construyeron magníficas fortalezas, palacios y ciudades hermosas, aún más bonitas por el colorido de los saris de sus mujeres y los turbantes de los hombres. Un paisaje que si no fuera por sus gentes estaría exento de color.

Nuestra primera parada es Pushkar, una pequeña y encantadora ciudad edificada alrededor de un lago sagrado. La entrada a los ghats está vigilada por monos, los que no serán un problema para acceder a este relajante y espectacular lago. Multitud de peregrinos hindúes acuden a uno de sus templos –el único dedicado a Brahma en toda la India-, pero si por algo es conocida Pushkar, es por su feria de camellos que se celebra cada mes de noviembre. Los mercados inundan durante la mañana las calles de la ciudad que se convierte en un extraordinario torbellino de color, música y movimiento.

Continuamos hacia Monte Abu, la única estación de montaña, con un lago, que se levanta en este estado dominado por el desierto. Los templos jainíes de Dilwara son los más antiguos, célebres y refinados de todo el Rajastán. Labrados en mármol, se dice que los artesanos cobraban según el polvo que recogían de su trabajo. Pero a pesar de la belleza natural de Monte Abu, lo que le rodea –gran cantidad de hoteles, restaurantes y otros servicios -, no nos hace sentir que estamos en la India, si no más bien en cualquier atracción turística occidental sobreexplotada.

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