LA INDIA, ALEGRÍA Y COLOR por Ana Vara Vargas, fotos de David Santiago
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Nos adentramos con nuestro chofer –que nos demuestra cada poco, al salvar los continuos obstáculos, su pericia en la conducción- por una altiplanicie que posee el mayor porcentaje de bosques en India. Llegamos a Gwalior, una localidad famosa por su antiguo y enorme fuerte que se remonta a más de mil años. Es una de las más antiguas muestras de arquitectura palaciega hindú. Pero lo más impresionante es la escarpada pendiente que conduce al fuerte; se atraviesa una tortuosa garganta en la que hay cuevas que en su tiempo sirvieron de morada a los ascetas jainistas, y está flanqueada por esculturas gigantes del siglo XV esculpidas en la roca: los Tirthankaras –los profetas de la religión jainie-. Gwalior es poco turístico, con lo que somos un atractivo para los niños, que nos acompañaran en masa para observarnos, darnos la mano o simplemente sonreírnos.
Continuamos hacia Orchha, un legado arqueológico oculto –la palabra Orchha quiere decir escondido- de la India medieval. Esta población de unas pocas calles inmersa en un maravilloso complejo de palacios y templos, fue durante dos siglos -del XVI al XVIII- capital de los Bundela -. Sus monumentos se hallan en un hermoso entorno natural y son algunas de las más impactantes construcciones Rajput. Visitas obligadas son el fuerte de Orchha –localizado en una isla del río Betwa-, que encierra los palacios más importantes, y los templos del corazón de la ciudad, que son venerados por miles de devotos hindúes de largas rastas y caras pintadas de mil colores, con lo que el espectáculo callejero está asegurado. Hasta el mes de septiembre podemos ser sorprendidos por el monzón, por lo que si viajamos durante el verano, es posible que nos toque caminar con el agua hasta las rodillas, teniendo que apartar alguna vaca que se interponga en nuestro camino, toda una aventura.
Muy cerca se encuentra Khajuraho, famoso por poseer ‘los templos más exquisitos del mundo’. Descubiertos en medio de la jungla por los británicos en 1840, fueron construidos por la dinastía Chandela entre 950 y 1050. De los 85 magníficos santuarios de arquitectura indoariana aquí levantados, tan solo quedan 20. Son sus adornos lo que los han hecho famosos. Las piedras talladas muestran como era la vida en India hace un milenio: dioses y diosas, guerreros y músicos, animales reales y mitológicos y sobre todo, mujeres y sexo. En todos los templos aparecen figuras de piedra desnudas en diferentes poses. Entre medias está la mithuna –talla erótica de parejas de mujeres y hombres-, representando todas las posiciones del Kamasutra.
Cuatrocientos kilómetros y ocho horas de camino nos separan de Benarés, nuestro siguiente destino. A pesar de ser un terreno totalmente llano, los pueblos que atravesamos se extienden longitudinalmente a lo largo de la carretera. No hay segunda fila de casas, por eso no es de extrañar que aquí la vida se desarrolle en medio de la vía: vacas descansando plácidamente, un grupo de hombres jugando a un improvisado juego de mesa, mujeres con cántaros en la cabeza que caminan por el medio, niños corriendo… Hay que armarse de paciencia, pero es una buena oportunidad para conocer la India rural. Y más paradas: los peajes, que consisten en una simple cuerda, sujeta por una persona en cada extremo, que tensan o destensan cuando has de parar o continuar.
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