Grandes Viajes Manbos
MYANMAR pág. 2/6  
MYANMAR, LA TIERRA DORADA Y AZAFRÁN
por Ana Vara Vargas, fotos de David Santiago

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Desde el embarcadero de Mandalay nos despedimos de Io Su, quien ha sido nuestro compañero de viaje durante estos días. Nos disponemos a descender por las aguas del río Ayeyarwadi –el antiguo Irawaddy- en un lento barco utilizado por los viajeros locales hasta Bagán. El mítico Irawady, que inspiró a Kipling, Orwell y otros insignes escritores, y que según Neruda tiene el nombre de río más hermoso del mundo, es la arteria fluvial de Myanmar. Sus aguas nacen en las cumbres nevadas del Himalaya, cruzan montañas cubiertas de jungla para alcanzar las llanuras del centro -que atravesamos en estos momentos-, y prosiguen camino hasta el océano vertiéndose en el mar de Anadamán. El río baña los arrozales y da la vida a los pueblos; una vida que discurre lenta en el tiempo y en la que sus habitantes viven en cabañas de juncos construidas sobre pilotes. Cada puerto no es más que un tablón en la orilla, con una improvisada barandilla de bambú, y a su alrededor un bullicio de comerciantes, mujeres, monjes y niños que suben y bajan al viejo carguero. Hay stupas doradas por doquier y numerosos templetes a orillas del río, que no son más que una capilla construida sobre una balsa de bambú que huele a sándalo y jazmín. Tras 12 de horas de incesante hormigueo fluvial llegamos a uno de los conjuntos arqueológicos más impresionantes del mundo: Bagán.

Subimos a la cima de una de las pagodas más interesantes para ver la puesta de sol: la Dhammayangyi patto. A nuestro alrededor se extiende una planicie infinita, un paisaje salpicado de palmeras y campos de cultivos, y donde quiera que mires, surgen centenares de templos, dorados bajo el sol del final de la tarde. No es de extrañar la descripción de Marco Polo en su famosa crónica de 1298, que lo definió como ‘uno de los sitios más bellos del mundo’. Y es que durante dos siglos y medio, a partir de 1044, reyes y plebeyos compitieron por honrar a Buda y llegaron a construir 4400 templos en apenas cuarenta kilómetros cuadrados.

A lo largo de varios días recorremos la zona a pie, en bicicleta y en carro de caballos. Nos perdemos por los palmerales, llegamos a aldeas y entramos en decenas de templos, con budas gigantes, pinturas y figuras de nat -espíritus cuyo culto es más antiguo que el del mismo Buda-. Visitamos los templos Ananda y Gawdawpalin, la pagoda Shwesandaw, el monasterio Mimalaung y muchos otros, todos ellos Patrimonio de la Humanidad. Cada tarde, a última hora, subimos a algún templo aislado para esperar la puesta de sol. A la vuelta, nos cruzamos con las carretas de bueyes de los campesinos que regresan a sus aldeas, con las ancianas que fuman gruesos cigarros y con los niños sonrientes que siempre están dispuestos a venderte algo.

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