(Miguel Angel fotografiado por Manbos sobre 1970)
El epílogo de "El Hombre", de Jean Rostand, que sirve como descripción a la galería "In Memoriam" dedicada a la memoria de mi hermano, es un recuerdo de otros tiempos en los que, juntos, forjábamos el futuro incierto de nuestras vidas.
Casi treinta años más tarde, mis pensamientos siguen girando en torno a aquellos principios, pero ahora ya no está Miguel Angel para discutir y reflexionar sobre ello. Por eso quiero expresar mi dolor ante su ausencia mediante esta humilde dedicación y la exposición de una pequeña parte de su trabajo como artista dedicado a captar la esencia de la naturaleza más cercana y comprensible.
En realidad, Miguel Angel era un artesano de la fotografía. Resultaba admirable contemplar sus pequeños inventos de laboratorio y su infinita paciencia a la hora de capturar aquella imagen que su intuición le aconsejaba. Conocía el método para obtener el mayor rendimiento posible de cualquier equipo fotográfico, por rudimentario que fuera. Estaba enganchado a su tradicional Nikon de toda la vida, aunque suspiraba de vez en cuando por un modelo más actual y decía que la fotografía digital no era de su agrado, pero reconocía sus virtudes. Últimamente pasaba muchas horas retocando en el ordenador las imágenes que escaneaba de sus diapositivas.
A principios de los años ochenta se fue a Castro Urdiales (Cantabria) llevándose consigo un puñado de ilusiones, la Nikon F2 y un montón de libros y revistas de fotografía. Allí se enamoró de la vida al aire libre, y su afición a la fotografía creció sin límites a la par que su entusiasmo por la naturaleza. Consiguió un puesto de profesor de fotografía en la Escuela Taller de Castro y es posible que aquella época fuera la más feliz de toda su vida a pesar de algunas calamidades que tuvo que soportar.
Cuando volvió a Madrid se trajo todos sus bártulos consigo, pero aquí no disponía de sitio suficiente, así que algunos de ellos pasaron a formar parte de mi nuevo laboratorio, con la esperanza de volver a trabajar juntos en el cuarto oscuro algún día, como ya lo habíamos hecho hacía tantos años. Quería enseñarme las técnicas del Cibachrome, del que era un gran experto, y muchas veces tuve que recurrir a sus sabios consejos para ponerme al día con los nuevos procedimientos químicos que tanto habían evolucionado desde aquellos lejanos tiempos del Rodinal y del D-76.
Siempre he soñado con poder ir a fotografiar juntos nuestro pequeño y bonito pueblo de la Omaña leonesa, donde transcurrieron aquellos largos veranos de nuestra infancia y donde el continuo contacto con la naturaleza fraguó un crisol de irremplazables valores.
Ahora, sus cenizas reposan en mitad de aquel valle, arropado por las montañas cubiertas de urces y escobas y cerca del río donde cogíamos truchas a mano, bajo los chopos que crecen en los prados de su ribera.
Manbos